DAMNATIO MEMORIAE Y EL ABYECTO ODIO POLÍTICO

Visitar un museo supone en muchos casos observar obras de arte deterioradas, y sin posibilidades factibles de restauración. El visitante suele observar las obras y achacar su deterioro al paso del tiempo, a los accidentes, las guerras,  el abandono, o cualquier otro factor comprensible. Es difícil entender que esas obras ha podido ser mutiladas, dañadas, o quemadas por sus propios coetáneos en un clima de odio político abyecto. Esto es algo que ha sucedido desde que el ser humano tomó consciencia histórica; unos personajes creaban, y a su muerte, otros destruían su obra. Los museos no suelen explicar que hay quienes hacen historia, y hay quienes la quieran borrar.  La dinámica de los acontecimientos, en la mayoría de los casos, respondía al mismo patrón, y es que un actor ejercía el poder en contra de los poderes aristocráticos o burocráticos. El odio post mortem hacia aquellos a quienes no se pudo vencer en vida escribe muchos de los pasajes más sombríos de la historia, y con justificaciones de lo mas rocambolescas. Aún así, el odio a los muertos no es un obsoleto macabro legado del pasado, es algo muy vigente a día de hoy a lo largo y ancho del globo. En todos los cambios de poder hay actores que necesitan borrar el recuerdo de sus predecesores con la esperanza de poder imponer sobre la psique colectiva las justificaciones para sus nuevas y convenientes formas de gobierno. Derogar leyes, dinamitar monumentos, prohibir mencionar los nombres de los condenados al olvido, profanar sus tumbas…. Los nuevos poderes no pueden permitir que sus predecesores sigan influyendo tras su muerte en la mente social a través de su legado legislativo o arquitectónico. Alterar la percepción del pasado es una obligación para los poderes con objetivos de futuro.

Portada - ‘Le Pape Formose et Étienne VII’, (“El papa Formoso y Esteban VII”), óleo de Jean-Paul Laurens, 1870. (Public Domain)
Sínodo de la Calavera

La condena al olvido, o el daño a la memoria, es una sombra que recorre en paralelo la historia del poder. Uno de los primeros ejemplos de damnatio memoriae se encuentra en el antiguo Egipto, y se aplica sobre la memoria de Akhenatón. El ejecutor de la condena al olvido fue el faraón Horemheb, y la justifico en los nefastos resultados del gobierno de Akhenatón, quien en su obsesión por rendir culto a un nuevo dios, perdió frente a los hititas los territorios egipcios en Asia. Para los egipcios la condena al olvido implicaba también castigar a la víctima en la otra vida, ya que borrar sus obras en la primera vida por fuerza ha de afectar a la otra. Los romanos legislaron detalladamente como se había de aplicar la damnatio memoriae, de hecho el concepto de condena al olvido llega a nuestros días en latín, aunque no directamente de las fuentes clásicas sino de la obra de Christophor Schreiter, De Damnatione Memoriae, en 1689. El ejercicio romano de la condena al olvido seguía los mismos patrones, como son el rescissio actorum, que obligaba a borrar los registros históricos de la víctima, destruir sus templos, y mutilar sus estatuas, o el abolitio nominis, que prohibía que se mencionase su nombre, o incluso prohibía que su nombre fuese heredado por sus descendientes. El senado romano legisló al detalle cómo se debía castigar la memoria de aquellos emperadores que de alguna manera no habían cumplido las expectativas de los miembros de la cámara. Uno de los más tétricos ejemplos de daño a la memoria sucedió ya en el siglo IX, con las conspiraciones vaticanas en Roma como marco político; en enero del año 897 el Papa Formoso fue desenterrado para ser sometido a un juicio público. El cadáver, putrefacto tras nueve meses enterrado, fue cubierto con las vestiduras papales, fue sentado en el trono, y se le acuso de perjurio y nepotismo. Evidentemente el cadáver no pudo defenderse y fue condenado por todas las acusaciones presentadas; se le enterró nuevamente desnudo y sin honores. Este tétrico episodio conocido como el Sínodo del Cadáver  no ha sido ni mucho menos el último ejemplo de condena post mortem a la memoria. Como se ha comentado previamente, la condena y el daño a la memoria está hoy más vigente que nunca, y al igual que en la antigua Roma, se ha legislado y perfeccionado su uso.

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Sepelio de Buenaventura Durruti

El odio político a la memoria de los predecesores ha sido la base de muchas mal llamadas revoluciones; en la España republicana de los años 30 los milicianos emprendieron una campaña de destrucción y profanación de tumbas y templos católicos; Franco castigó la memoria  de los milicianos con la desaparición del mausoleo y los restos de los anarquistas Durruti y Ascaso, que se encontraban en el cementerio de Montjuic en Barcelona. Los comunistas chinos en  la revolución cultural de Mao destruyeron gran parte del legado de la China imperial. El odio post mortem al predecesor ha dejado no hace mucho sangrientas memorias, teniendo como cúspide de la abyección el periodo de terror de los jemeres rojos, bajo el desgobierno de Pol Pot. En estos días la damnatio memoriae está presente en todos los países occidentales, y en todas las culturas antiguas. En E.E.U.U. se está desarrollando un daño a la memoria en todas las facetas históricas de la fundación del país; a pasos agigantados se está reescribiendo la historia y cambiando la percepción de sus acontecimientos históricos. La condena a la memoria está afectando a todos los personajes históricos del bando confederado. Las controversias por la retirada de la estatua del general Robert E. Lee en Charlotte, o del político Jefferson Davis y del general Nathan Bedford Forrest en Tennessee, son un ejemplo palpable de la condena.

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Retirada de la estatua de Colón en Los Ángeles.

Bajo ese odio político abyecto las memorias de España y E.E.U.U. comparten la condena; las estatuas de Cristóbal Colon han sido depuestas de innumerables ciudades por todo el continente americano, al mismo tiempo la memoria de Colon ha sido alterada, contaminada, y criminalizada. Más recientemente, en España, la justicia ha aprobado la profanación de la tumba de Franco, bajo el amparo de una ley que se denomina abiertamente “Ley de la memoria histórica”. La ley de la memoria histórica no es sino una repetición de las leyes romanas de la damnatio memoriae, llevada a su máxima expresión por medios de la propaganda mediática y los resortes del estado moderno. Debido los esfuerzos que se hacen desde muy diversos puntos geográficos, y desde muchos poderes institucionales y fácticos, se ve la certeza de que el mundo está inmerso en un cambio global de juego político; todos los hechos, creencias religiosas, y mitos históricos que justificaban la existencia de los estados nación están siendo demolidos. Queda claro que los nuevos poderes vienen con una agenda donde la percepción de la historia de las naciones ha de ser restituida por una nueva batería de creencias. Esto hace suponer que si no se consigue desacralizar la percepción de los monumentos religiosos, como las catedrales, corren el peligro de ser destruidos.

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