La UE siempre ha sido ferviente defensora de causas nobles, desde los Derechos Humanos, la libertad de los pueblos oprimidos, o el Green Deal. La grandilocuencia de su discurso ha sido siempre aplaudida por gobiernos y poblaciones de todo el mundo, nadie discute la calidad humanista de los valores que defienden, y esos valores proclamados son una guía política y social para los gobiernos del mundo. Incluso cuando el discurso es incongruente con la realidad. En Ucrania es un ejemplo.
Ciertamente los países miembros de la UE defienden esta batería de valores, y sus poblaciones se sienten orgullosa de que así sea. El problema viene cuando la UE defiende valores o posturas políticas que no están alineadas con el valor supremo de mejorar la vida de sus ciudadanos, y cuando la UE defiende posturas alineadas con intereses foráneos contrapuestos a sus causas nobles. Una de las fricciones entre el discurso de independencia política con sus alianzas geopolíticas tiene su epicentro en la política energética. Concretamente, el problema venia de la distribución del gas ruso. No de la dependencia que hablan los medios de comunicación, sino de la distribución.
En el año 2004 la UE importaba el 40% del gas natural de Rusia, y lo hacía a través de Ucrania. Este país era una pieza clave para el tránsito de gas hacia Europa, pero era incapaz de pagar el gas que trasportaba, lo que provocaba que se acumulasen deudas insostenibles. Esta situación era cíclica desde principios de los 90s, Ucrania era incapaz de cumplir con sus obligaciones económicas, lo que tensaba las relaciones de Rusia con sus clientes europeos. La situación en el 2004 se solvento siendo Gazprom quien aprobase un crédito a la empresa estatal ucraniana Naftogaz para pagar las deudas acumuladas.
El acuerdo aseguraba la distribución durante cinco años, tras los cuales surgió de nuevo la misma situación. Esta vez la situación se dirimió en un tribunal de arbitraje en Estocolmo, y Ucrania tuvo que pagar una deuda que clamaba injusta. La respuesta de la primera ministra de Ucrania, Yulia Tymoshenko, fue demandar a Gazprom en los tribunales de Estados Unidos. Se puede llegar a pensar que las fricciones en el transporte de energía a través de Ucrania han perfilado la agenda de conflictos políticos en este país, y el hecho de que buscasen amparo judicial en Estados Unidos es un indicador que balancea el eje de aliados de ucrania. Los intereses de Ucrania se defendían en EEUU.
Aun así, los conflictos entre Rusia y Ucrania no cesaron; desaparecían grandes cantidades de gas, se acumulaban deudas multimillonarias, y cada vez se ponía más en duda que Ucrania fuese un país seguro para el tránsito de gas a Europa. El principal problema energético europeo derivaba de la imposibilidad de disponer de un transporte seguro para el gas ruso, y vista la nueva preferencia de alianzas ucranianas es muy probable que esta situación fuera provocada por terceros actores con intereses divergentes a los europeos y los rusos. También Rusia se replanteaba su sistema de alianzas, y decidió comenzar su camino de potencia energética sola. En el año 2006 Gazprom anunció que construiría sin socios el campo de gas en alta mar más grande del mundo, Shtokman. El pastel del mercado energético ruso dejaba fuera al resto de actores globales. Era una señal inequívoca de la determinación rusa frente a las injerencias extranjeras.
En el 2009 la crisis se repitió, y es cuando surgieron múltiples voces preocupándose de la dependencia energética de Rusia, y de la poca fiabilidad de Ucrania como socio. La nueva crisis dejaba clara la dependencia de Rusia con Ucrania como país de tránsito hacia Europa. Evidentemente, la solución por parte de Rusia era crear nuevas rutas de distribución, mientras que para Europa la solución era diversificar las fuentes de energía. Mientras en Ucrania se desarrollaban operaciones desconexión política y social con Rusia, este último comenzaba a construir en el año 2010 el gaseoducto Nord Stream 1, y en 2018 se comenzó la construcción del Nord Stream 2. Por aquel momento, Europa suponía que Ucrania cumpliría con los acuerdos de suministro que había firmado en el Energy Charter Treaty, independientemente de su relación con Rusia.
Como se ha visto, para entender el conflicto energético actual hay que conocer las diferentes variables que lo componen, y sus intersecciones. Es evidente que la línea que va desde la energía de Rusia hasta la industria de Alemania tenía una señal de ruido que contaminaba la comunicación. Ucrania era el escenario estratégico donde desarrollar operaciones políticas para romper el eje Moscú-Berlín. En el verano del 2020, el ministro de exteriores alemán, Heiko Maas, declaraba que la política energética europea era asunto de los europeos, por lo menos de los alemanes. El político alemán estaba plenamente convencido de la solidez de las relaciones entre su país y Rusia.
Donald Trump pensaba diferente. Estados Unidos se preocupaba de que el eje Berlín-Moscú se afianzase, y la energía limpia y barata que llegaba desde Rusia hacía peligrar los intereses geopolíticos del país americano; por un lado Europa dejaba de ser un cliente cautivo de la energía estadounidense, por otro se creaba una zona de influencias multipolar en detrimento de la hegemonía unipolar de la que había abusado durante décadas. La lucha contra la soberanía política y energética de Europa comenzó con sanciones a las empresas que participaban el proyecto NordStream II. Estados Unidos tenía que defender su estatus hegemón.
Desde que comenzó el conflicto armado entre Rusia y Ucrania es muy manido abrir el periódico y leer sobre la crisis energética europea, sobre el conflicto en Ucrania, sobre cómo Putin hace uso bélico de la energía, sobre como Putin realiza crímenes de guerra. Los medios venden la crisis actual como surgida espontáneamente en febrero de este año. Un día, Vladimir Putin se levantó de mal humor y decidió invadir el país vecino. Quienes analizamos asuntos geopolíticos desde hace años conocemos la línea temporal de acontecimientos. Quienes pagamos la factura de la luz recordamos como el precio de la electricidad ha subido sin cesar desde hace más de un año.
En España recordamos como nuestro presidente, Pedro Sánchez, anunció una nueva estructura de la factura de la luz, nos acordamos de cómo nos decían que para ahorrar teníamos que poner la lavadora a las tres de la madrugada. Tras un año haciéndolo, los precios siguen disparados y los líderes europeos no han conseguido llegar a un acuerdo sobre cómo solucionar el problema energético. La crisis energética no ha empezado en febrero de este año, ya se había provocado desde el poder político de la UE un año antes.
De hecho, desde que comenzó el conflicto, la UE está defendiendo un modelo geopolítico que es contraproducente para el bien estar de su población, su industria, y su posición en el mapa geopolítico. La situación en Ucrania ha llevado a los no-electos dirigentes de la UE a comprometer el bienestar social del que disfrutaban sus habitantes. Lo más cercano que han estado de un acuerdo era en referencia al gas cap price. La mayor unanimidad a la que han llegado los líderes de la UE es acordar que hay que conseguir rebajar la demanda de energía y regular la oferta, que se traduce en menos confort en los hogares y menos producción en las industrias.
Intentar entender las políticas energéticas de la UE desde un punto de vista racional es complicado, por ello hay que cambiar la lógica formal por la informal, por el pensamiento crítico. Si las sanciones impuestas contra Rusia no mitigan el conflicto armado, y no mitigan la crisis energética (sino que la agrava), pero se siguen imponiendo, cabe la posibilidad de que las sanciones no tengan como objetivo acabar ni con la crisis ni con el conflicto. Conseguir una energía limpia y barata desde Rusia se considera una dependencia inaceptable. Pero soportar la dependencia de una energía sucia y cara es un acto de libertad e independencia. El doublespeaking del que hablaba Geroge Orwel nunca tuvo tanto sentido.