“Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”.
George Orwell
La evolución conjunta del factor humano y la tecnología ha sido denominada por varios autores como tecnogénesis. No hace muchos años, la ciencia ficción auguraba que, en el futuro, el ser humano sería un conjunto de materia biológica, cables y hardware. Ese futuro ya está aquí. Cada vez es más habitual el empleo de medios tecnológicos para el tratamiento de múltiples enfermedades o síndromes. Se dispone de brazos mecánicos articulados y movibles, y hasta de implantes cerebrales con los que se recupera la visión o la motricidad. Esta tecnología lleva al ser humano mucho más allá de sus capacidades biológicas, entrando en el ámbito de lo que se ha llamado poshumanismo.
En 1998, el científico británico Kevin Warwick experimentó con la instalación de chips en humanos (su prototipo se puede contemplar en el Museo de Ciencia de Londres). La investigación más conocida de Warwick es el llamado Proyect Cyborg (origen de su apodo "Captain Cyborg"), una serie de ensayos entre los cuales él mismo se implantó un chip en el brazo para convertirse en un cíborg. A través de él, su sistema nervioso se conectó a internet en la Universidad de Columbia y, desde allí, pudo controlar un brazo-robot de la Universidad de Reading. Más tarde, conectó sensores ultrasónicos en una gorra de béisbol con la finalidad de experimentar nuevas formas de percepción.
Actualmente, ya hay personas a quienes las autoridades han reconocido la naturaleza cíborg. Por ejemplo, Neil Harbisson, quien padecía de acromatopsia, no podía percibir los colores, su mundo era una escala de grises. En la actualidad, Harbisson usa “un dispositivo de aumento sensorial en forma de antena montada en la cabeza, unida a un chip situado en la parte posterior de su cráneo”[1]. Este sistema convierte los colores en sonidos, de manera que puede “escuchar” la energía electromagnética de cada color. Reconocido oficialmente como el primer cíborg, considera al sistema que lleva acoplado como parte integral de él.
Estas llamadas tecnologías de mejora reemplazan partes del ser humano, y para ello tienen que simular ser organismos biológicos cuando, en realidad, son tecnologías informáticas. Las interfaces cerebro-ordenador permiten a las personas con discapacidades neuronales recuperar mediante la tecnología funciones que biológicamente habían perdido.
Esta rapidísima evolución de las tecnologías no sólo permite crear tecnología que emula ser biológica y se puede ensamblar con los organismos biológicos. Además, obtiene información de los mismos órganos del ser humano. Científicos de la Universidad de Yale han conseguido, mediante escáneres cerebrales, recrear las imágenes de los rostros que los participantes estaban mirando. Esto supone que la información sensorial recibida por los ojos pasa al cerebro, y que se puede extraer esta información con un escáner y recrearla.
Neurorrobótica
Dentro del espectro de la robótica, la mente se puede ensamblar en mecanismos tecnológicos. Como las percepciones y representaciones que realiza la mente son simulaciones de la información del entorno real, la neurocognición tiene una relación continua y directa con la información del exterior. En los robots, esta relación entre información exterior y neurocognicion es artificial en ambos sentidos, ya que la neurocognicion robótica es una creación artificial y la información exterior que procesa se codifica previamente.
Aunque se puede rastrear la creación de sistemas autómatas hasta la antigua Grecia, con los inventos mecánicos de Heron de Alejandría, se considera al estadounidense William Grey Walter el padre de la robótica, al menos de la moderna. Este neurólogo, especializado en robótica y neurofísica, descubrió la manera de detectar tumores cerebrales mediante las ondas alfa del electroencefalograma y se percató de la posibilidad de imitar el comportamiento neuronal en un sistema artificial. Su robot Machina Speculatrix fue la base de partida para las siguientes generaciones de robots.
La robótica ha experimentado sustanciales cambios en los últimos años, llegando a crear androides (robots con forma humana) capaces de desarrollar complejas actividades y de aprender de las experiencias. Este grado de desarrollo ha permitido abaratar costes hasta el punto de que, desde hace casi una década, es posible construir en casa un robot, controlado por las señales mentales recogidas por una banda de electroencefalografía asequible, que reproduzca sonidos y parpadee luces[2].
Los robots tienen una relación muy estudiada con el sistema neuronal y cognitivo. No en vano la neurorrobótica lleva años investigando los modos de desarrollar redes artificiales, modelos computacionales y sistemas híbridos de vida artificial. Inspirada en modelos biológicos, la neurorrobótica intenta reproducir el conocimiento neuronal del ser humano, y principalmente de la neurocognición, en formas mecánicas o virtuales. En la construcción de robots se han aplicado todas las especialidades de las neurociencias. Por ejemplo, los conocimientos sobre el sistema neural visual han servido para mejorar su capacidad visual. Y los estudios a cerca de los neuromoduladores, como la dopamina, han facilitado que puedan adoptar decisiones. Con estas dos aplicaciones, los robots pueden asociar la información visual con un código que les ayuda a escoger el comportamiento siguiente[3].
Aun con todo, el proceso cognitivo y el sistema nervioso del ser humano, ambos tremendamente complejos, están todavía en fase de estudio, con lo cual es imposible reproducirlos íntegramente. La neurorrobótica proporciona gran ayuda en ese aspecto porque permite que se recreen artificialmente los modelos teóricos del funcionamiento de la mente, y que luego se puedan verificar para redefinir las teorías[4].
Piel transhumana
La piel es el tejido orgánico que recibe la mayor parte de las sensaciones del entorno (temperatura, presión, humedad, dolor) y las transmite al cerebro. Conseguir transmitir sensación táctil es un hito dentro de la revolución tecnológica de la mente, y al igual que otras tecnologías de este ámbito, no tardará mucho en ser aplicada incluso sobre personas dotadas de sus facultades naturales.
El objetivo es llegar a conseguir que a través de la piel podamos practicar otros sentidos, como, por ejemplo, que el cerebro perciba olores desde la piel y no del sistema olfativo.
Transhumanismo potenciado con drogas y fármacos
La potenciación de las facultades mentales mediante el uso de fármacos y drogas está ampliamente estudiada desde distintas ópticas. Incrementar la atención, la memoria, la capacidad creativa, incluso la capacidad de resolución de problemas ha sido y es una práctica relativamente habitual para muchas personas con muy diferentes necesidades, ansiosas de experiencias iluminadoras, lúdicas o liberadoras del dolor del alma.
A lo largo de la historia, y en especial en los últimos siglos, muchos han sido los artistas e intelectuales que han caído en la tentación de tomar drogas diversas para potenciar su creatividad Y muchos estudiantes han utilizado anfetaminas o similares para mejorar su rendimiento en los exámenes, como ya hemos visto en páginas anteriores.
El consumo de drogas psicoquímicas o psicoactivas es una manera económica y accesible de hackear la biología mientras dura el efecto, aunque el uso prolongado deja evidentes y notables secuelas en la salud física y mental. Es habitual que degenere en una adicción, ya que la sensación de mejora personal que proporcionan estas sustancias reclama mayor consumo y dosis cada vez más elevadas, terminando por generar una dependencia absoluta de la que pocos consumidores escapan.
Ya en los años cincuenta del pasado siglo, millones de amas de casa estadounidenses eran adictas a los “pequeños ayudantes de las madres” (Mother's Little Helpers), como denunciaron los Rolling Stones en si álbum Aftermath. Estos ayudantes eran anfetaminas de consumo doméstico que daba a las amas de casa energía para sobrellevar sus quehaceres. En esta misma línea, el refresco mundial por antonomasia, la Coca Cola, tiene su origen en una bebida energética elaborada con cocaína (en el francés vino de coca). Hoy vemos como es de lo más habitual que los estantes de los supermercados estén repletos de bebidas energéticas a las que han añadido altas dosis de cafeína, ginseng, teína, guaraná o cualquier otro principio activo que potencie las capacidades físicas y mentales del consumidor.
Todas estas promesas de mejora que se venden libremente como inofensivas, tienen más efectos negativos que cualidades probadas. Aunque se vendan con el mensaje de aumentar la resistencia física, permitiendo, por ejemplo, pasar horas interminables bailando en la discoteca o mantener durante más tiempo la atención en la conducción, actúan sobre la química del cerebro, haciéndole que no perciba un cansancio que sí se está produciendo y que, una vez se pasen los efectos, el cuerpo lo notará incrementado. Tan solo engaña a la mente sobre lo que al cuerpo le está sucediendo.
El abuso continuado de estas sustancias perniciosas, así como de otros psicoestimulantes ilegales, para incrementar las capacidades mentales se conoce como “dopaje cerebral”, y está ampliamente demostrado y documentado que esta práctica suele causar más daños cerebrales y cardiacos que beneficios reporta.
Estas dos consecuencias negativas son lo que se intenta solventar con la investigación de nuevos fármacos, A este paso, no tardará mucho en encontrarse una píldora que mejore las habilidades mentales durante semanas y cuyo uso prolongado sea inocuo.
Mejora mediante electroestimulación cerebral
La tecnología está jugando un papel determinante tanto en la medicina como en las disciplinas enfocadas a sobrepasar la biología, en detrimento de los fármacos y los químicos artificiales. La mayor parte de las investigaciones actuales se centran en conseguir que el cuerpo se regenere y se mejore a sí mismo, mediante la estimulación neuronal o nerviosa que provoque en el cuerpo la creación de un determinado tipo de neurotransmisores o químicos.
Como muestran los estudios realizados, las ventajas que tiene la aplicación directa de impulsos eléctricos son que sus resultados inmediatos carecen de los efectos adversos de los fármacos psicoquímicos, y es mayor el incremento de la capacidad mental.
El hombre digital bioeléctrico ya es una realidad palpable, y no tardaremos mucho en asumir como una realidad cotidiana los diferentes procedimientos para mejorar los resultados las tareas laborales en el ámbito civil.
Ha quedado demostrado que con la electroestimulación cerebral se puede duplicar la calidad de las tareas hasta veinticuatro horas después de su aplicación. Lo cual hace prever que obligue a legislar sobre la cantidad y la carga de la electroestimulación aplicable en el ámbito laboral. De otro modo, seguro que alguien tiene la brillante idea de electroestimular de forma casi constante a los trabajadores, para aumentar su rendimiento y la rentabilidad propia. De hecho, se ha aplicado frecuentemente con los pilotos de drones en el curso de operaciones, quienes han de estar durante largas horas controlando el vuelo de múltiples aparatos.
Habiendo quedado patente que la electroestimulación puede incrementar todos los aspectos las capacidades mentales y psicomotoras, no podemos obviar sus efectos sobre la psique de la persona cuando se persiguen estos fines. Mediante la estimulación eléctrica del cerebro se pueden alterar y controlar comportamientos y decisiones enraizados en lo más profundo de la psique de un ser humano. Por ejemplo, induciendo descargas eléctricas en la corteza prefrontal se puede incrementar o disminuir la tendencia a mentir. Estudios neurocientíficos han asociado la corteza prefrontal dorsolateral con comportamientos en los que se intenta engañar, llegándose a la conclusión de que la estimulación del hemisferio derecho disminuye la tendencia a comportamientos engañosos, mientras que estimulando el izquierdo éstos se incrementan.
Ni las torturas ni las sustancias químicas empleadas desbloquean la mente han sido nunca capaces de discernir si lo que un detenido contaba era verdad o mentira. Ahora puede que se haya encontrado la manera de evitar que desde lo más profundo de una persona salga una mentir o, por el contrario, que se le pueda obligar a mentir.
Conexión cuerpo-mente
La evolución de la conexión cuerpo-internet continúa imparable. En la actualidad, se está estudiando el mecanismo mediante el cual estos aparatos preprogramados puedan controlar la química del cerebro, la sangre o de cualquier otro órgano biológico, e incluso dosificar medicamentos a su portador.
Es un futuro muy próximo, estos dispositivos, íntimamente enlazados con nuestros cuerpos, formarán parte del Internet de las Cosas, ese mundo ya tan cercano en el que la mayor parte de los objetos que nos rodean – electrodomésticos, vehículos, herramientas de trabajo, casas domóticas…- estarán controlados desde y por la Red. Además, estos aparatos controlarán el funcionamiento de las prótesis biónicas.
Ya se está estudiando la fabricación masiva de esta tecnología de última generación para aplicarla de forma generalizada sobre las poblaciones de los países más pobres, justificándolo como ayuda humanitaria. Sin duda, esta iniciativa ayudará a controlar la salud de millones de personas que viven en zonas en las que el Estado carece de medios para almacenar y controlar historiales médicos, pero sus capacidades son todavía limitadas[5].
Repercusiones sociales del transhumanismo mental
El debate ético en cuanto a suministrar fármacos o insertar prótesis a una persona sana muestran la preocupación por los indudables peligros asociados - la independencia cognitiva o la pérdida de identidad real y la nueva percibida[6]-, lo cual tiene toda la lógica pensando en sus repercusiones sociales
Alterar la naturaleza del ser humano mediante la manipulación genética o la alta tecnología puede crear una división insalvable entre quienes pueden tener acceso a ese conocimiento y los que no.
No obstante, tampoco podemos pecar de ilusos porque esa división ha existido siempre. Los poseedores de las armas más modernas y avanzadas tenían ventaja sobre ejércitos obsoletos. En la sociedad civil, quienes poseían más recursos accedían a tecnología que les facilitaba la vida. Y los ricos y poderosos siempre han tenido acceso a avances médicos inalcanzables para el común de los mortales, lo que sigue sucediendo hoy en día incluso en los países más desarrollados, pues hay tratamientos que sólo se realizan en un puñado de clínicas privadas, de costes solo asumible por unos pocos.
Pero lo cierto es que ahora el acceso a la biotecnología va a suponer un salto cuantitativo en las capacidades biológicas del ser humano, con todo el potencial para modificar el orden social. Por primera vez, la evolución tecnológica no va a ser externa, sino integrada; no será un tratamiento prescriptivo, sino una decisión libre y personal.
Las funciones cognitivas de procesamiento de información, como son la percepción, la atención, la memoria, el aprendizaje, la planificación, la formación de conceptos, el razonamiento y la resolución de problemas, serán biotecnificadas en un futuro cercano. Para cuando suceda, las mentes biológicas sin alterar estarán en clara desventaja, pudiendo quedar relegadas casi a una categoría de subpersonas, los nuevos esclavos tecnológicos, que sólo serán capaces de desarrollar las tareas menos complejas. Salvo algún superdotado que, al menos durante un tiempo, todavía disponga de facultades mentales superiores a las de las personas dotadas de implantes potenciadores. Lo que sucederá es que en breve veremos los implantes mentales como los actuales dentales, los cuales, si se les hubiera hablado de ellos a nuestros antepasados cercanos, jamás lo hubieran creído, o pensarían que era cosa de brujería, que no podía ser bueno.
Cuando llegue ese día, las mentes inalteradas se verán obligadas a competir con las mentes potenciadas mediante el consumo de incrementadores más baratos, como los psicofármacos de segunda generación, o la práctica de técnicas de entrenamiento mental, como la meditación o el yoga. De hecho, esta competición entre mentes artificialmente modificadas y las que no lo están ya tiene lugar en nuestra sociedad, si bien realizada en silencio.
Muchas personas consiguen pasar pruebas y exámenes gracias al uso ilícito de esta clase de fármacos, lo cual deja en clara desventaja a quienes se presentan sin ayuda artificial, unos por principios personales éticos, otros por desconocerlos y algunos porque su economía no les permite adquirirlos.
El uso de este tipo de sustancias se justifica con la libertad cognitiva de cada persona, pero este concepto no tiene en cuenta que su consumo es simplemente competencia desleal.
Esta dicotomía enfrenta a dos grupos filosóficos: los transhumanistas y los bioconservadores. Los defensores del transhumanismo argumentan que limitar la posibilidad de mejorar las capacidades biológicas humanas es una imposición neoliberal, en línea con el argumentarlo del filósofo y psicólogo francés Michel Foucault sobre el biopoder, quien opinaba desde otro ángulo que esas tecnologías se podían usar para controlar a la población. Pero esta visión progresista lleva implícita en sí misma la existencia de una competencia liberal por el acceso a los métodos más avanzados de mejora artificial de las capacidades biológicas.
Los paladines del transhumanismo aceptan que el acceso a la tecnología traerá mayores desigualdades sociales, y asumen que será una élite minoritaria quien completará al nuevo posthumano. Como dato curioso, el mayor defensor del transhumanismo fue el británico Julian Huxley[7], cuando su hermano Aldous Huxley ya reconocía, en su conocido libro “Un mundo feliz”, esta diferencia social motivada por el dispar acceso al conocimiento y la tecnología.
Mientras, desde el bando bioconservador, una amalgama de grupos religiosos y activistas sociales, reclaman, por un lado, que no se altere la biología concedida al nacer y, por otro, que en caso de modificarse, que sea en beneficio del conjunto de la sociedad, y no limitada a unos pocos, a una élite[8]. En este sentido, las reclamaciones de los bioconservadores se aproximan más a la visión psicocivilizada de la sociedad que proponía el científico español José Delgado.
Las dudas sobre el transhumanismo
El transhumanismo y el poshumanismo ponen sobre la mesa tan interesantes como controvertidos debates sobre el significado del ser humano y su naturaleza social, entre ellos que, como sugería Bernard Shaw en “Hombre y Superhombre”, ningún superhumano transformado por la biotecnología querrá ser tratado como un ser normal. Las cuestiones éticas que provoca la ingeniería genética están obligando a legislar sobre su uso, y las normativas deberán ser más específicas para ajustarse a los avances.
El progreso no sólo no ha acabado con las desigualdades sociales clásicas, sino que ha traído otras nuevas, además de un estricto control de todos los aspectos de nuestras vidas, como nunca antes había sucedido, desde dar un paseo a gastar una mínima cantidad de dinero, todo queda sometido al ojo vigilante y omnipresente del “progreso”.
El individualismo humanista, considerado por muchos como el culmen del progreso de la humanidad, ha terminado por devorar a la persona, a la que teóricamente ensalza y entrona, casi colocándola en una categoría divina, pero dejándola, en realidad, en la del esclavo moderno digital, sometido no sólo por los cadenas de su propia naturaleza física y sus emociones, pasiones sentimientos y debilidades, sino también por las de unas élites que le han lobomotizado digitalmente hasta dejarle convencido de ser poseedor de una libertad tan ficticia como frágil, siempre sometida a los dictámenes y vaivenes del poder.
Para superar estas circunstancias, algunos confían en una tecnología que eleve a la persona a la categoría de poshumano y transhumano. Pero no está claro que no sea otra trampa en la que caigamos los que, desde no hace mucho tiempo, no somos más que meras marionetas, solo que ya no de trapo, cuerda y madera, sino dotadas de la más avanzada tecnología. Entre otras cosas porque el diseño de ese ser humano del futuro inmediato va a resultar de las creencias de hoy.
Pedro Baños es autor de "El Dominio Mental", publicado por Ariel Editorial.
[1] Barfield (2015)
[2] Karvinen y Karvinen (2011)
[3] Giannopulu (2019)
[4] Artemiadis (2016), p. 208
[5] Sandvik (2020)
[6] Hildt (2013)
[7] Biólogo y primer director de la UNESCO.
[8] Reiner (2013)
Bibliografía
Artemiadis, Panagiotis. Neuro-Robotics: From Brain Machine Interfaces to Rehabilitation Robotics. Springer. 2016.
Barfield, Woodrow. Cyber-humans: Our future with machines. Copernicus. 2015.
Giannopulu, Irini. Neuroscience, Robotics and Virtual Reality: Internalised Vs Externalised Mind/Brain. Springer. 2019.
Hildt, Elisabeth. "Cognitive enhancement–A critical look at the recent debate." Cognitive enhancement. Springer:1-14. 2013.
Karvinen, Tero, y Karvinen, Kimmo. Make a Mind-Controlled Arduino Robot: Use Your Brain as a Remote. Maker Media. 2011.
Reiner, Peter B. "The biopolitics of cognitive enhancement." Cognitive Enhancement. Springer:189-200. 2013.
Sandvik, Kristin Bergtora. "Humanitarian Wearables: Digital Bodies, Experimentation and Ethics." Ethics of Medical Innovation, Experimentation, and Enhancement in Military and Humanitarian Contexts. Springer: 87-104. 2020.
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Un articulo sorprendente y claro sobre problemas que tranquilamente críamos ubicados en el futuro y que pisan nuestro presente.
Me hubiera gustado poder descargarlo.