Se impone trazar una somera diferencia entre ambas teorías en cuanto a las Relaciones Internacionales y cómo se aplican a la cuestión de la política nuclear norteamericana.
Empezaremos por hablar del realismo o teoría realista. Cuando observamos el mundo y el mosaico de países y territorios en los que se divide además de los más de 7.500 millones de habitantes que existen en la Tierra percibimos un primer paso para detectar variables que ayuden a formular explicaciones. El segundo paso viene dado por lo cambiante del escenario a analizar. El realismo propone una superación de ambos axiomas, resultando además, una de las teoría con más solera. Se podrían citar como referencias a autores tan estudiados como Tucídides, Maquiavelo, Herny Kissinger, Hans Morgenthau, Robert Gilpin o George Kennan, por citar unos ejemplos.
Como realista, la teoría fija el principio que todos los países comparten un espacio en común al que se podría llamar “sistema internacional”, y en el que sobresale una característica por encima de todas: la lucha de carácter eterno por el poder. Cada país actuará de acuerdo con sus propios intereses, para mantener su capacidad autónoma y garantizar las necesidades que presenta la población a la que alberga. Como los Estados están compuestos por seres humanos y el poder es un elemento determinante en su persecución para la psique humana, esto se reflejaría en las políticas exteriores de los Estados y en la forma de garantizarla mediante la fuerza, lo que incluiría el poder nuclear, ya que los conflictos en el mundo para el realismo son lógicos y constantes, como consecuencia de la esencia natural del hombre. También explica el realismo que el poder no se reparte nunca de una manera justa, más bien quien más lo posee y está en condiciones de imponerlo será quien ocupe más restando la esfera de poder de otros Estados, aunque la diplomacia tiene como fin lograr una minimización de los conflictos entre los Estados, y de nuevo la política nuclear será una baza que se pondrá sobre la mesa para conseguir objetivos.
El otro pilar de la política exterior norteamericana, grosso modo y fundamentalmente, es el idealismo, que precisamente es la teoría que más oposición presenta al realismo. La teoría idealista se basa en la afirmación de que todos los Estados constituyen una comunidad internacional única, en la que el funcionamiento entre ellos debe estar dirigidas por el eje de los ideales de la humanidad y tendrán que perseguir beneficios para la entera comunidad, siendo los valores morales y la buena voluntad del ser humano la sustancia nutriente del funcionamiento de la comunidad internacional. Al igual que sucedía en la teoría realista, se extrapola la parte por el todo, constituyendo un individuo la base para establecer a la comunidad, el Estado. Pero se establece un nuevo criterio de centralidad sobre el que pivotar las relaciones exteriores, y es que los Estados deben juzgarse como se juzga a un individuo. Así que la conciencia juega un papel fundamental para dirigir la política exterior y los Estados habrán de actuar de acuerdo con el bien de todos y el uso de la razón. La clave es que los medios son tan importantes como el fin, y no el fin que quede justifica los medios. Para el idealismo las guerras en la estructura común, la comunidad internacional, son en gran parte consecuencia de actos egoístas de individuos que ostentan el poder, sufriendo las poblaciones que han de soportarla. Para controlar estos impulsos se proponen leyes e instituciones internacionales que han de fundamentarse en la ética. Para citar algunos autores se podría partir de Immanuel Kant, por sintetizar, y en el caso de Estados Unidos, los Catorce puntos de del presidente Woodrow Wilson, que además potenció la idea de la Sociedad de Naciones serían paradigmáticos en este aspecto. Precisamente, Edward Hallett Carr fue quien impulsó el término de “idealista” para describir esta línea de pensamiento desde posiciones realistas en su obra The Twenty Years Crisis, 1919-1939.
La cuestión de la política nuclear
El punto de vista actual del idealismo acerca de las consecuencias para la humanidad de una guerra de carácter nuclear es seguramente acertado y pertinente, debido a los riesgos que entraña el uso de esas armas, aunque sean tácticas, por la proliferación que de su uso pudiera suponer un conflicto, y el uso por parte de uno de los contendientes de un arma estratégica de estas características, que supondría una carrera hacia la locura o MAD (Mutual Assured Destruction[1]). Pero el argumento que aboga a favor del desarme nuclear por parte de todos los jugadores es la respuesta y que de este modo la estrategia de la disuasión nuclear se debe reducir implica forzosamente transformar completamente la forma de actuar del sistema interestatal, lo que presupone un tiempo forzoso para intentarlo.
En este sentido el oasis descrito por Francis Fukuyama en El fin de la Historia que animaba hacia unas posiciones optimistas después de la Guerra Fría que afectase a la política nuclear ha hecho que se disipe, y con ello la posibilidad de una degradación precoz de la estrategia de la disuasión nuclear como posibilidad de superación llevaría hacia su propio fracaso en sí mismo y de manera involuntaria.
El pensamiento idealista ha tratado de establecer unas propuestas impulsadas desde el ámbito académico para cambiar la forma de las relaciones internacionales y con ello encaminar a las naciones nucleares hacia su desarme. Estados Unidos ha vivido entre la dicotomía de unas declaraciones e intenciones idealistas y una práctica realista, debido a su posición en el mundo posterior a la II Guerra Mundial y de la propia Guerra Fría, lo que nos llevaría de nuevo al dilema del prisionero de Poundstone, la teoría de juegos y a John von Neumann con las estrategias a partir del equilibrio de Nash que ya se ha comentado. Resulta muy interesante la lectura que a propósito de este tema hace Keith B. Payne, en su artículo Realism, Idealism, Deterrence, and Disarmament pues establece el paralelismo con una situación que califica, con gran acierto desde mi punto de vista, a un momento de “esperando a Godot”[2], ya que los argumentos de idealistas y realistas sobre el desarme nuclear y que la disuasión nuclear debe ser degradada hace pensar en los personajes de la obra de Beckett.
[1] Es evidente que nos encontramos ante un planteamiento de 1+1=0 o suma cero, siguiendo a John von Neumann, y de nuevo las estrategias elaboradas a partir del equilibrio de Nash.
[2] Obra teatral dentro de los géneros del teatro del absurdo y de la Tragicomedia, de Samuel Beckett donde los vagabundos Vladimir (o Didi) y Estragon (o Gogo) aguardan junto a un camino la llegada nunca producida de Godot, produciéndose conversaciones entre ambos, e incluso discusiones. Irremediablemente, cada día, hacia el final, un personaje llamado Pozzo hace su entrada en escena para devorar un pollo y tirar los huesos a ambos vagabundos, hablarles de las teorías de George Berkeley y hacer bailar a un niño llamado Lucky, quien siempre acaba por decir que trae un mensaje de Godot: “aparentemente, no vendrá hoy, pero vendrá mañana por la tarde”. El final de la obra es rotundo:
Vladimir: Alors on y va?
Estragon: Allons-y.
Ils ne bougent pas.
BIBLIOGRAFÍA
PAYNE, Keith B., Realism, Idealism, Deterrence, and Disarmament, Strategic Studies Quaterly Fall 2019, 7-37. VER:
https://www.airuniversity.af.edu/Portals/10/SSQ/documents/Volume-13_Issue-3/Payne.pdf
POUNDSTONE, William, El Dilema del Prisionero. John von Neumann, La teoría de juegos y la bomba. Alianza. 2015.