Israel, como Estado que logró asentarse sobre una tierra simbólica de dimensiones religiosas, culturales, históricas y geopolíticas, es el resultado de la cristalización del sueño sionista en sus tres vertientes ideológicas más influyentes: socialista, revisionista y religiosa. Estos tres enfoques explican la construcción del interés nacional israelí derivado del sionismo en lo referente a la incompatibilidad histórica de posiciones potenciales entre Israel y el mundo árabe-islámico.
La primera vertiente era proveniente de las ideas de los principales personajes de la izquierda laborista (Ben Gurion e Isaac Tabenkin), que llegaron a la tierra de Palestina histórica con la idea de hacer florecer el desierto mediante el asentamiento socialista (kibutzim), respaldado por el trabajo organizado vía sindicatos (Histadrut) con la protección de un ejército fuerte (Haganah). Esta vertiente partía de la no definición de fronteras para ampliar el hogar nacional cuando la coyuntura internacional lo permitiera, y lo quería hacer a partir de la disociación de la tierra y la población. Bajo este enfoque, el judío debía ocuparse de la tierra y concentrar a la población árabe en enclaves controlados en los que los palestinos quedarían confinados paulatinamente para reducir la amenaza que representaban para el Yishuv (organización pre-estatal judía).
La segunda vertiente, inspirada en las ideas derechistas fascistas del polaco Vladimir Jabotinsky, acerca del muro de hierro en el que se tendría que convertir el Estado de los judíos frente a los “orgullosos árabes” que intentaran resistir la colonización. Esta idea partía de dos cosas concretas: revisar el plan de partición de 1948 para reclamar también para Israel el Emirato Árabe de Transjordania y la materialización de la conquista de todo Eretz Yisrael. Cuando los árabes quisieran resistir, Israel tendría que recurrir a la fuerza militar para asegurar lo ganado.
La tercera vertiente, era la de la justificación religiosa que impulsaban los seguidores del rabino Abraham Isaac Kook, la secta de "los jóvenes neo-sionistas de ideología kookista". Sostenía que la redención por voluntad de Dios se acercaba para el pueblo judío con la victoria israelí en la guerra de 1967. Para que el mesías llegara al mundo, la judaización de toda la Tierra Santa era necesaria. Israel era el instrumento ideal para materializar el sueño. Los judíos debían instalarse en la mayor cantidad de tierra posible, pues la conservación de todo Eretz Yisrael no era un derecho, sino una obligación divina.
La combinación de estas tres influyentes variantes ideológicas del sionismo ha llevado a los funcionarios del más alto nivel del Estado de Israel a mantener posiciones irreconciliables con sus vecinos árabes. Desde su concepción el ideal sionista se inspiraba en la ocupación militar, la anexión territorial, la limpieza étnica y la negación del otro —del árabe— para la creación del hogar nacional judío. La concepción de Israel parte de la autopercepción originaria, inspirada en Herzl, de que es un pueblo sin tierra (el judío) para una tierra sin pueblo (Palestina), y de que para Europa constituiría, en el Medio Oriente, una avanzada en la lucha de la civilización contra la barbarie.
Ello en su conjunto generó, desde sus orígenes, una incompatibilidad de posiciones potenciales frente a los interlocutores árabes, los cuales, reaccionaron históricamente con los “tres no” a lo largo diversos momentos: no al reconocimiento del Estado de Israel, no a la paz con Israel y no a la normalización de relaciones diplomáticas. De hecho, la Liga Árabe surgió a finales de la Segunda Guerra Mundial con dos objetivos centrales en reacción al Yishuv, objetivos que bien se plasman en su carta fundacional: impulsar la descolonización de todos sus miembros frente a Europa y evitar la creación de un Estado judío en la Palestina histórica.
De este segundo elemento se deriva que, incluso, en 1973, los países árabes se coordinaran desde la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para realizar un embargo petrolero contra aquellos gobiernos que hubieran apoyado a Israel en la guerra del Yom Kippur y, posteriormente, para deslegitimar a Israel en Naciones Unidas, al impulsar la resolución 3379 en la Asamblea General que, con 72 votos a favor, 35 en contra y 32 abstenciones, equiparó al sionismo con el racismo y con el apartheid sudafricano, e impulsó su eliminación, entendiéndola como una forma de discriminación racial.
Irónicamente, cuando más lejana se encontraba la posibilidad de una reconciliación entre Israel y alguno de los países árabes, el presidente Anwar el-Sadat sorprendió al mundo al visitar Jerusalén en 1977, donde reconoció al Estado de Israel bajo determinadas condiciones que negoció con el Primer Ministro israelí Menachem Begin, y con la mediación del presidente estadounidense, Jimmy Carter en los Acuerdos de paz de Camp David, en 1979. De ser el principal defensor de las causas palestinas en particular, y del mundo árabe en general, Egipto pasó a ser el primer país árabe en sellar una paz duradera con Israel.
Este paso costó a Egipto el desprestigio general, no sólo entre los gobernantes árabes contemporáneos sino también entre aquellos del mundo islámico. El desprestigio llegó al punto de que la sede de la Liga Árabe se movió de El Cairo a Túnez durante casi toda la década de 1980. Sin embargo, firmar la paz con Israel sirvió a Egipto para recuperar El Sinaí ocupado por las Fuerzas de Defensa Israelíes desde 1967 y obtener una ayuda económica anual de manera permanente por parte de Estados Unidos por mantener la paz. Egipto había sentado un precedente que serviría de base para el inédito acercamiento entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y Jordania con Israel.
Así, nuevamente bajo los auspicios de Estados Unidos, se inició el complejo e incompleto proceso de paz árabe-israelí, del que se derivaron la conferencia de Madrid de 1991, los acuerdos de Oslo de 1993, el Acuerdo Interino de autogobierno palestino en Gaza y Cisjordania de 1995, así como el Tratado de Paz con Jordania de 1994. Aunque los palestinos fueron ignorados a lo largo del proceso por Israel debido a la asimetría de la relación bilateral —pues las imposiciones convertían al gobierno sionista en juez y parte de la dinámica—, las negociaciones con Siria fueron infructuosas por la falta de acuerdo en torno al tema de los altos del Golán. Sólo Jordania normalizó relaciones con Israel sin pagar el precio que 15 años antes había pagado Egipto por esos mismos motivos.
Cuando las negociaciones con Israel se volvieron infructuosas para los palestinos en el marco de la segunda intifada, Arabia Saudí marcó la pauta en la región al proponer la Iniciativa de Paz Árabe para poner fin al conflicto árabe-israelí. Ésta fue aprobada por la Liga Árabe en la Cumbre de Beirut de 2002, en 2007 y también en el año 2017. La iniciativa saudí propone a Israel la firma de tratados de paz con todos los miembros de la Liga Árabe. El requisito es que Israel abandone los territorios que todavía mantiene ocupados desde 1967, tales como Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, de Palestina; así como los Altos del Golán, de Siria, y las Granjas de Shebaa, del Líbano. También se impuso como requisito que admitiera una "solución justa" en el tema de los refugiados palestinos y aceptara un Estado palestino con Jerusalén Este como capital.
Ariel Sharon rechazó abiertamente la iniciativa en 2002; Ehud Olmert tuvo buenos comentarios en 2007; Shimon Peres le dio la bienvenida, pero al no participar ningún funcionario israelí en su redacción agregó que Israel no tenía obligación de respetar la iniciativa al pie de la letra. Benjamin Netanyahu, por su parte, aceptaba con algunas condiciones esta iniciativa, pero no lo estructural; rechazó el tema de los refugiados palestinos —porque eso implicaba el fin de la idea de un Estado esencialmente judío— y la división de Jerusalén, puesto que una ley de 1980 señala que Jerusalén es la única e indivisible capital de Israel.
La lección que Israel ha aprendido durante todos estos años es que puede rechazar las negociaciones con la colectividad árabe y mantenerse en una posición de fuerza sin perder mucho, pero a su vez puede negociar con los menos beligerantes de manera bilateral y ganar algo a cambio. Justamente, esta fórmula aprendida le ha dado la ventaja frente a cada país árabe con el que ha negociado un acuerdo de paz en lo individual, pues les hace mínimas concesiones y evita ceder en lo tocante a la cuestión palestina. Con el paso del tiempo en el mundo árabe las acusaciones de traición para quienes negocian con Israel son cada vez menos y más débiles. Negociar con Israel significa un paso estratégico en la obtención de beneficios económicos por parte de Estados Unidos, el cual, debido al cabildeo de las organizaciones de la diáspora judía en Washington se ha erigido como el protector incondicional del Estado hebreo.
En ese contexto se circunscriben las intenciones e intereses, tanto de Emiratos Árabes Unidos (EAU), como de Bahréin, al aceptar el restablecimiento y la normalización de relaciones diplomáticas con Israel. Emiratos Árabes Unidos es ya una potencia militar y turística, e importante sede de negocios, por lo que la transferencia tecnológica militar proveniente de Israel y Estados Unidos —como aviones F-35 y afluencia turística— es un incentivo para el país árabe. Para Israel la normalización de relaciones con EAU y Bahréin reduce significativamente su aislamiento regional y consolida su empoderamiento frente a Irán. Tanto los gobernantes sunitas de Bahréin —que ven en su comunidad chiita una columna de Irán a la que deben debilitar— como el presidente de EAU, Jalifa Bin Zayed, ven en Irán a un enemigo potencial de ambos en el Golfo Pérsico.
De esta manera, aunque Israel ha tenido que renunciar al sueño de conquista de toda la tierra bíblica de Eretz Yisrael, según lo que reclamaba el neo-sionismo religioso de ideología kookista, o la idea de extenderse a los territorios que pedía el revisionismo sionista, la normalización de relaciones con países del Medio Oriente permite su consolidación y empoderamiento frente a sus rivales históricos, como son Irán, Siria y Turquía, y los palestinos, quienes son sus víctimas naturales.
En conclusión, Israel, bajo el ideal sionista y el apoyo de Estados Unidos, logró cargar la balanza a su favor al lograr que algunos de sus vecinos regionales pasaran de los tres noes — no al reconocimiento del Estado de Israel, no a la paz con Israel y no a la normalización de relaciones diplomáticas— a los cada vez, más contundentes síes en la región: sí al reconocimiento, sí a la paz, y sí a la y normalización de relaciones. Los acuerdos firmados con Bahréin y Emiratos Árabes Unidos marcan la ruta de lo que será el rompimiento del aislamiento regional y el empoderamiento frente a Irán, tan necesario para Israel, en un contexto en el que sólo el país persa logra intimidar al gobierno israelí.
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